Pese a la desesperada campaña de la derecha continental y mundial para sacar partido de la enfermedad de Chavez, la realidad que tienen en frente es demoledora. No tienen en frente a un títere como tienen mal acostumbrado en política internacional. Aunque CNN y todo su coro intenten rozar la fantasía oportunista y cínica para colar su peón cipayo y colonialista, el hueso es duro. Chávez crece cada vez más como estadista. Asi paró en seco las maquinaciones, y bien se han callado en reproducir estas palabras los medios de guerra sicológica del imperio:
“Con cáncer o sin cáncer, con agua o sin agua, llueve, truene o relampaguee, nada ni nadie podrá evitar la nueva gran victoria del 7 de octubre, ahora más que nunca estamos obligados a vivir y obligados a triunfar y obligados a vencer para garantizar la paz a Venezuela” Por Hugo Moldiz (tomado de Telesur)
Y esto otro:
“Ustedes saben lo que tienen que hacer y lo primero será garantizar que no se pierda la independencia”, sostuvo Chávez poco antes de ir a La Habana.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, protagonizará un nuevo combate por la vida. De hecho, desde que encabezó una insurrección civil-militar en 1992 contra el gobierno corrupto y neoliberal de Carlos Andrés Pérez hasta la segunda intervención quirúrgica a la que se someterá en La Habana esta semana, el líder bolivariano ha librado varias batallas –políticas, militares, económicas e ideológicas-, dentro y fuera de su país, contra un orden capitalista sumido en una crisis estructural y multidimensional.
Y todas las batallas que Chávez ha enfrentado han sido de dimensiones estratégicas. En cada una de ellas se la ha jugado por la vida, tanto de la suya propia –que quizá cada día que pasa le es menos importante en términos personales- como de la vida de su pueblo venezolano –por el que juró luchar hasta conquistar su plena independencia-, hasta también jugársela por la vida de Nuestra América -a la que siguiendo los pasos de Simón Bolívar, la fuente de su inspiración, y de Fidel Castro, su referencia actual- le ha venido entregando día a día su pensamiento y acción emancipadora.
Estudioso de los pensadores y luchadores latinoamericanos, el líder bolivariano que ha puesto de nuevo a cabalgar a Bolívar por toda América Latina, tiene fresca en la memoria la sentencia del Che: “en una revolución, si es verdadera, o se triunfa o se muere”. De ahí que no sea la vida propia la que le preocupe, sino la vida de su pueblo venezolano, acosado sistemáticamente por las fuerzas oscuras del imperio y el viejo orden.
Y es por eso que Chávez le tiene una confianza a Dios –al que siempre invoca- y a la alta capacidad de organización y lucha que la mayor parte de los venezolanos deben alcanzar en miras a las elecciones presidenciales de octubre de este año, cuando tenga que enfrentar –en otro combate por la vida- al candidato de una derecha opositora estrechamente ligada a los intereses de la burguesía imperial.
“Con cáncer o sin cáncer, con agua o sin agua, llueve, truene o relampaguee, nada ni nadie podrá evitar la nueva gran victoria del 7 de octubre, ahora más que nunca estamos obligados a vivir y obligados a triunfar y obligados a vencer para garantizar la paz a Venezuela”, sostuvo el presidente venezolano el viernes en la tarde, horas antes de partir a La Habana, donde se someterá a una operación en el mismo lugar del que se le extrajo una célula cancerígena en junio pasado.
De combate en combate
La primera vez que Chávez se jugó por la vida fue en 1992, cuando con un grupo de militares que lo había formado a base de ideas bolivarianas y una cantidad numerosa de civiles protagonizó una rebelión militar contra el presidente Carlos Andrés Pérez, quien estaba aplicando en Venezuela las recetas neoliberales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a través de una feroz represión.
La decisión del joven militar de organizar un alzamiento militar y civil contra Andrés Pérez tiene tres antecedentes históricos: la formación del Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR2000) en 1982, el juramento bajo el Samán de Guere de luchar por la construcción de una nueva república y la muerte de miles de hombres y mujeres en la violenta represión de 1989, conocido como el Caracazo.
Después de pasar dos años prisionero en la cárcel San Francisco de Yace, en el estado de Miranda, el militar rebelde -cuya popularidad iba en aumento a pesar de las campañas montadas en su contra-, fue liberado en marzo de 1994 y tras una dedicación absoluta a la preparación de su proyecto político volvió a dar claras señales de su indeclinable compromiso latinoamericanista al aceptar una invitación del comandante cubano Fidel Castro, con quien compartió largas horas de conversación el 14 de diciembre de 1994.
La segunda batalla estratégica por la vida que Chávez enfrentó exitosamente se produce en diciembre de 1998, cuando junto al Polo Patriótico –integrado por fuerzas y personalidades de izquierda-, gana la presidencia de Venezuela con el respaldo de más del 55 por ciento de votos.
La victoria político-electoral fue de una extraordinaria importancia por sus efectos dentro y fuera de Venezuela. Internamente significó la derrota de Acción Democrática y Copei, los dos partidos con los que la derecha gobernó décadas ese país sudamericano con grandes ingresos por la renta petrolera pero con una población mayoritaria condenada a la miseria.
Internacionalmente el triunfo electoral de Chávez marcó un quiebre de la estrategia global de la dominación imperial, pues implica la derrota de la democracia viable de Carter, la democracia controlada de Reagan y la gobernabilidad democrática de Bush, cuyo común denominador implicaba la alternancia dentro de un mismo proyecto. Es decir, quedaba demostrado que, sobre la base de la insurgencia democrática de la mayor parte del pueblo, si era posible derrotar a las fuerza de derecha y obtener conquistas sobre el capital en la perspectiva de la emancipación.
No pasaría mucho tiempo para que el militar revolucionario obtuviera su tercera victoria por la vida. En estricto apego a la naturaleza de su campaña electoral, tras jurar sobre la “nauseabunda Constitución” de 1961, el nuevo presidente venezolano convocó a la Asamblea Constituyente cuyo arduo trabajo, en medio de intentos de boicot organizados por la derecha desplazada del gobierno, culminó en noviembre de 1999, con la aprobación de un nuevo texto constitucional que iba a posibilitar la fundación de la V república.
Este triunfo de la esperanza se consumó en abril de 2000, cuando Chávez fue elegido por cerca de un 60 por ciento de votos como el primer presidente de la nueva república. Estados Unidos ya daba señales de preocupación por la fuerza social y política del político venezolano.
Y llegaría una cuarta batalla por la vida, crucial para la consolidación del proceso revolucionario venezolano y latinoamericano: enfrentar la campaña de desestabilización permanente a la que fue sometida la revolución bolivariana por parte de los Estados Unidos y la burguesía venezolana.
Chávez ganó el combate por la vida cuando en el período 2001-2002 derrotó el paro patronal que pretendía generar un ambiente de desabastecimiento generalizado de alimentos, en un contexto en que todavía el Estado no había encarado ese tema como algo estratégico, y también cuando una huelga petrolera en PDVSA no pudo impedir que el país siguiera produciendo, exportando y generando ingresos para el país.
La primera acción –el paro patronal de 2001- no logró el objetivo que se había planteado: un levantamiento popular producido por el hambre del pueblo para derrocar a la revolución y al líder bolivariano. La conciencia popular y la rápida reacción del gobierno frustraron la arremetida sistemática de la contrarrevolución.
La segunda acción –la huelga petrolera de diciembre de 2002- protagonizada por la estructura de mando burocrática y técnica de la estatal PDVSA y un número importante de trabajadores, fue derrotada en su intento de preservar la cantidad de privilegios que tuvieron durante décadas y sobre todo en su objetivo de quitarle ingresos al proceso revolucionario.
Pero el momento crucial y decisivo fue la derrota del golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando el presidente bolivariano fue secuestrado por un grupo de militares en directa coordinación con la burguesía venezolana y el gobierno de los Estados Unidos que rápidamente promovió con algunos gobiernos amigos el reconocimiento de los golpistas.
Esta episodio de la cuarta batalla por la vida –que era la vida suya y de su pueblo- puso en evidencia los alcances de la subversión pues aprovechando que ese 11 de abril se estaban desarrollando dos marchas –una a favor y otra en contra del gobierno chavista-, un plan basado en la combinación de francotiradores y manipulación de los medios de comunicación confundió por unas horas a la mayor parte del pueblo sobre el origen de la muerte de varios hombres y mujeres, así como de decenas de heridos. Al gobierno y a sus allegados se los presentaba como los responsables de lo que estaba sucediendo. La situación llegó a tal magnitud que en la madrugada del 12 de abril ingresó en escena el tercer actor ya preparado con antelación: un grupo de militares golpistas que secuestró al presidente y lo trasladó hasta Fuerte Tiuna en Caracas.
Con la falsa noticia de que Chávez había renunciado, el 12 de abril asume la presidencia el empresario Pedro Carmona, quien recibe el beneplácito de la Casa Blanca y en un acto celebrado en el Palacio de Miraflores promulga un decreto por el que deroga todas las medidas aprobadas por la revolución bolivariana, entre ellas las leyes habilitantes, además de darse un poder por encima de la Constitución aprobada en la Asamblea Constituyente de 1999. Era el intento más serio de restaurar la IV república.
El 13 de abril vendría la contraofensiva revolucionaria. Los actos se dieron muy rápidamente: el pueblo empezó a movilizarse en defensa de Chávez y su revolución, a pesar del peligro real de la represión; el presidente venezolano –que había sido trasladado a la base naval de Turiamo, donde aprovecha la disposición de ayuda de un soldado y envía un mensaje a sus fuerzas civiles y militares leales: “No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me dio”. Basta y sobra, no hubo nada que impidiera una gran movilización popular para derrotar a los golpistas.
El Palacio de Miraflores es tomado por las fuerzas bolivarianas, los golpistas huyen y un grupo de militares rescata a Chávez de la isla La Orchila, de donde se pretendía sacarlo del país o fabricar un hecho para justificar su muerte. El presidente volvió en la madrugada del 14 a Miraflores. Una de las batallas más importante por la vida había sido ganada.
Todo lo que ocurrió, la forma como se llevó a cabo el plan golpista y los mecanismos de subversión puestos en acción fueron luego recogidos en un documental, “la revolución no será transmitida”, que da cuenta de cómo los medios le daban cobertura legitimadora al golpe de Estado pero también de cómo ocultaban la reacción popular y la victoria de la revolución.
La quinta batalla por la vida se dio en el plano internacional. Chávez empezó a jugar un papel de vanguardia política en América Latina y el Caribe en la lucha antimperialista. A partir de la denuncia que Chávez hizo en solitario en la III Cumbre de las Américas (Québec, 2001) a las intenciones de anexionismo camuflado que Estados Unidos tenía para América Latina a través del ALCA, no hubo encuentro y foro internacional –como ocurrió en la Cumbre de Jefes de Estado del G-15 en Venezuela en 2004 y el Foro Social Mundial de enero de 2005 en Porto Alegre-, en las que el líder latinoamericano no levantara las banderas integracionistas de Bolívar y otros próceres de la independencia.
Poco antes de que se extendiera el certificado de defunción al proyecto ALCA, en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005, el presidente venezolano no dejó de condenar al neoliberalismo, pedir el “relanzamiento del movimiento de integración del sur y proponer cosas concretas como la constitución del Banco del Sur, Petrosur, Telesur y otras iniciativas que se han ido concretando en poco tiempo en la medida que una ola de gobiernos de izquierda ha emergido en la mayor parte de los países de América Latina.
Pero quizá la osadía más grande de Chávez es la de haber ideado, en una reunión de países del Caribe en la Isla Margarita, la necesidad de anteponer al ALCA con la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA). La concreción de esta propuesta –considerada loca por muchos- se dio en diciembre de 2004 en La Habana, donde Chávez y Fidel, en un acto político único en el que ambos dieron verdaderas clases de historia, compromiso y latinoamericanismo, firmaron el acta de constitución de ese modelo alternativo de integración que en menos de cinco años llegaría a tener 8 miembros y algunos observadores. Al dúo revolucionario se sumó luego Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia y América Latina. Demasiada dosis para el imperialismo.
El ALBA ha permitido que Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Paraguay (este último no es miembro) se conviertan en países libres de analfabetismo en América Latina, que millones de personas reciban atención médicas y otros millones recuperen su vista a través de la “Operación Milagro”, no solo de los estados miembros de ese modelo alternativo de integración, sino de otros países de América Latina. A eso hay que sumar el gran beneficio que Petrocaribe representa para los países de esa parte del continente.
Chávez se encuentra dando ahora la sexta batalla por la vida, desde junio de 2011, cuando fue intervenido exitosamente en La Habana para extirparle un tumor canceroso que acompañado de varias quimioterapias no le ha impedido seguir gobernando y profundizando la revolución bolivariana ni perdiendo la iniciativa política en el plano internacional, como ocurrió en Caracas en diciembre pasado con la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El presidente bolivariano se someterá esta semana a una nueva operación en La Habana. Un tumor de 2 cm. ha sido detectado en la misma zona de la que fue intervenido en junio pasado. Tan fuerte como siempre, Chávez le ha señalado a su pueblo, poco antes de partir el viernes pasado en medio de una despedida popular, que seguramente estará en Cuba varios días, aunque “no serán muchos”, por lo que seguirá coordinando con su gabinete todos los días, directamente o a través de lo que llamó su “grupo de comando”, integrado por sus más inmediatos y estrechos colaboradores.
Y el séptimo combate por la vida que Chávez está librando desde hace más de 20 años, lo está haciendo junto a su pueblo. Ni por encima ni separado de los hombres y mujeres que han apostado a conquistar su plena y definitiva independencia, así como de aportar a la causa emancipadora que hoy recorre con fuerza la América Latina toda.
Esta batalla, en la que el líder bolivariano deja de ser él como individuo para convertirse en parte de ese sujeto colectivo que enfrenta la enajenación del capital, ha ido recorriendo distintos niveles y asumiendo diferentes velocidades y momentos.
El otro momento de esa larga lucha por la vida se dará en octubre próximo, cuando se registren unas elecciones presidenciales en las que la oposición ha elegido como único candidato a Henrique Capriles, un político joven y gobernador de Miranda bastante vinculado a las fracciones más poderosas de la burguesía venezolana y a los círculos de confianza de la burguesía estadounidense.
De ahí que Chávez dijera, minutos antes de partir para La Habana: “Con cáncer o sin cáncer, con agua o sin agua, llueve, truene o relampaguee, nada ni nadie podrá evitar la nueva gran victoria del 7 de octubre, ahora más que nunca estamos obligados a vivir y obligados a triunfar y obligados a vencer para garantizar la paz a Venezuela”.
Es más, el líder bolivariano ha convocado, el viernes 17 de febrero a profundizar la revolución por la vía de enriquecer el programa de transformaciones, elevar el nivel de conciencia del pueblo, incrementar la capacidad de organización del PSUV y del “Polo Patriótico” y construir una articulación entre el liderazgo individual y colectivo.
“Ustedes saben lo que tienen que hacer y lo primero será garantizar que no se pierda la independencia”, sostuvo Chávez poco antes de ir a La Habana. El líder bolivariano sabe que la historia, siempre caprichosa, se ha puesto ahora de lado de los pueblos y junto a ellos quiere seguir librando esta inacabable batalla por la vida.
Y todas las batallas que Chávez ha enfrentado han sido de dimensiones estratégicas. En cada una de ellas se la ha jugado por la vida, tanto de la suya propia –que quizá cada día que pasa le es menos importante en términos personales- como de la vida de su pueblo venezolano –por el que juró luchar hasta conquistar su plena independencia-, hasta también jugársela por la vida de Nuestra América -a la que siguiendo los pasos de Simón Bolívar, la fuente de su inspiración, y de Fidel Castro, su referencia actual- le ha venido entregando día a día su pensamiento y acción emancipadora.
Estudioso de los pensadores y luchadores latinoamericanos, el líder bolivariano que ha puesto de nuevo a cabalgar a Bolívar por toda América Latina, tiene fresca en la memoria la sentencia del Che: “en una revolución, si es verdadera, o se triunfa o se muere”. De ahí que no sea la vida propia la que le preocupe, sino la vida de su pueblo venezolano, acosado sistemáticamente por las fuerzas oscuras del imperio y el viejo orden.
Y es por eso que Chávez le tiene una confianza a Dios –al que siempre invoca- y a la alta capacidad de organización y lucha que la mayor parte de los venezolanos deben alcanzar en miras a las elecciones presidenciales de octubre de este año, cuando tenga que enfrentar –en otro combate por la vida- al candidato de una derecha opositora estrechamente ligada a los intereses de la burguesía imperial.
“Con cáncer o sin cáncer, con agua o sin agua, llueve, truene o relampaguee, nada ni nadie podrá evitar la nueva gran victoria del 7 de octubre, ahora más que nunca estamos obligados a vivir y obligados a triunfar y obligados a vencer para garantizar la paz a Venezuela”, sostuvo el presidente venezolano el viernes en la tarde, horas antes de partir a La Habana, donde se someterá a una operación en el mismo lugar del que se le extrajo una célula cancerígena en junio pasado.
De combate en combate
La primera vez que Chávez se jugó por la vida fue en 1992, cuando con un grupo de militares que lo había formado a base de ideas bolivarianas y una cantidad numerosa de civiles protagonizó una rebelión militar contra el presidente Carlos Andrés Pérez, quien estaba aplicando en Venezuela las recetas neoliberales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a través de una feroz represión.
La decisión del joven militar de organizar un alzamiento militar y civil contra Andrés Pérez tiene tres antecedentes históricos: la formación del Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR2000) en 1982, el juramento bajo el Samán de Guere de luchar por la construcción de una nueva república y la muerte de miles de hombres y mujeres en la violenta represión de 1989, conocido como el Caracazo.
Después de pasar dos años prisionero en la cárcel San Francisco de Yace, en el estado de Miranda, el militar rebelde -cuya popularidad iba en aumento a pesar de las campañas montadas en su contra-, fue liberado en marzo de 1994 y tras una dedicación absoluta a la preparación de su proyecto político volvió a dar claras señales de su indeclinable compromiso latinoamericanista al aceptar una invitación del comandante cubano Fidel Castro, con quien compartió largas horas de conversación el 14 de diciembre de 1994.
La segunda batalla estratégica por la vida que Chávez enfrentó exitosamente se produce en diciembre de 1998, cuando junto al Polo Patriótico –integrado por fuerzas y personalidades de izquierda-, gana la presidencia de Venezuela con el respaldo de más del 55 por ciento de votos.
La victoria político-electoral fue de una extraordinaria importancia por sus efectos dentro y fuera de Venezuela. Internamente significó la derrota de Acción Democrática y Copei, los dos partidos con los que la derecha gobernó décadas ese país sudamericano con grandes ingresos por la renta petrolera pero con una población mayoritaria condenada a la miseria.
Internacionalmente el triunfo electoral de Chávez marcó un quiebre de la estrategia global de la dominación imperial, pues implica la derrota de la democracia viable de Carter, la democracia controlada de Reagan y la gobernabilidad democrática de Bush, cuyo común denominador implicaba la alternancia dentro de un mismo proyecto. Es decir, quedaba demostrado que, sobre la base de la insurgencia democrática de la mayor parte del pueblo, si era posible derrotar a las fuerza de derecha y obtener conquistas sobre el capital en la perspectiva de la emancipación.
No pasaría mucho tiempo para que el militar revolucionario obtuviera su tercera victoria por la vida. En estricto apego a la naturaleza de su campaña electoral, tras jurar sobre la “nauseabunda Constitución” de 1961, el nuevo presidente venezolano convocó a la Asamblea Constituyente cuyo arduo trabajo, en medio de intentos de boicot organizados por la derecha desplazada del gobierno, culminó en noviembre de 1999, con la aprobación de un nuevo texto constitucional que iba a posibilitar la fundación de la V república.
Este triunfo de la esperanza se consumó en abril de 2000, cuando Chávez fue elegido por cerca de un 60 por ciento de votos como el primer presidente de la nueva república. Estados Unidos ya daba señales de preocupación por la fuerza social y política del político venezolano.
Y llegaría una cuarta batalla por la vida, crucial para la consolidación del proceso revolucionario venezolano y latinoamericano: enfrentar la campaña de desestabilización permanente a la que fue sometida la revolución bolivariana por parte de los Estados Unidos y la burguesía venezolana.
Chávez ganó el combate por la vida cuando en el período 2001-2002 derrotó el paro patronal que pretendía generar un ambiente de desabastecimiento generalizado de alimentos, en un contexto en que todavía el Estado no había encarado ese tema como algo estratégico, y también cuando una huelga petrolera en PDVSA no pudo impedir que el país siguiera produciendo, exportando y generando ingresos para el país.
La primera acción –el paro patronal de 2001- no logró el objetivo que se había planteado: un levantamiento popular producido por el hambre del pueblo para derrocar a la revolución y al líder bolivariano. La conciencia popular y la rápida reacción del gobierno frustraron la arremetida sistemática de la contrarrevolución.
La segunda acción –la huelga petrolera de diciembre de 2002- protagonizada por la estructura de mando burocrática y técnica de la estatal PDVSA y un número importante de trabajadores, fue derrotada en su intento de preservar la cantidad de privilegios que tuvieron durante décadas y sobre todo en su objetivo de quitarle ingresos al proceso revolucionario.
Pero el momento crucial y decisivo fue la derrota del golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando el presidente bolivariano fue secuestrado por un grupo de militares en directa coordinación con la burguesía venezolana y el gobierno de los Estados Unidos que rápidamente promovió con algunos gobiernos amigos el reconocimiento de los golpistas.
Esta episodio de la cuarta batalla por la vida –que era la vida suya y de su pueblo- puso en evidencia los alcances de la subversión pues aprovechando que ese 11 de abril se estaban desarrollando dos marchas –una a favor y otra en contra del gobierno chavista-, un plan basado en la combinación de francotiradores y manipulación de los medios de comunicación confundió por unas horas a la mayor parte del pueblo sobre el origen de la muerte de varios hombres y mujeres, así como de decenas de heridos. Al gobierno y a sus allegados se los presentaba como los responsables de lo que estaba sucediendo. La situación llegó a tal magnitud que en la madrugada del 12 de abril ingresó en escena el tercer actor ya preparado con antelación: un grupo de militares golpistas que secuestró al presidente y lo trasladó hasta Fuerte Tiuna en Caracas.
Con la falsa noticia de que Chávez había renunciado, el 12 de abril asume la presidencia el empresario Pedro Carmona, quien recibe el beneplácito de la Casa Blanca y en un acto celebrado en el Palacio de Miraflores promulga un decreto por el que deroga todas las medidas aprobadas por la revolución bolivariana, entre ellas las leyes habilitantes, además de darse un poder por encima de la Constitución aprobada en la Asamblea Constituyente de 1999. Era el intento más serio de restaurar la IV república.
El 13 de abril vendría la contraofensiva revolucionaria. Los actos se dieron muy rápidamente: el pueblo empezó a movilizarse en defensa de Chávez y su revolución, a pesar del peligro real de la represión; el presidente venezolano –que había sido trasladado a la base naval de Turiamo, donde aprovecha la disposición de ayuda de un soldado y envía un mensaje a sus fuerzas civiles y militares leales: “No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me dio”. Basta y sobra, no hubo nada que impidiera una gran movilización popular para derrotar a los golpistas.
El Palacio de Miraflores es tomado por las fuerzas bolivarianas, los golpistas huyen y un grupo de militares rescata a Chávez de la isla La Orchila, de donde se pretendía sacarlo del país o fabricar un hecho para justificar su muerte. El presidente volvió en la madrugada del 14 a Miraflores. Una de las batallas más importante por la vida había sido ganada.
Todo lo que ocurrió, la forma como se llevó a cabo el plan golpista y los mecanismos de subversión puestos en acción fueron luego recogidos en un documental, “la revolución no será transmitida”, que da cuenta de cómo los medios le daban cobertura legitimadora al golpe de Estado pero también de cómo ocultaban la reacción popular y la victoria de la revolución.
La quinta batalla por la vida se dio en el plano internacional. Chávez empezó a jugar un papel de vanguardia política en América Latina y el Caribe en la lucha antimperialista. A partir de la denuncia que Chávez hizo en solitario en la III Cumbre de las Américas (Québec, 2001) a las intenciones de anexionismo camuflado que Estados Unidos tenía para América Latina a través del ALCA, no hubo encuentro y foro internacional –como ocurrió en la Cumbre de Jefes de Estado del G-15 en Venezuela en 2004 y el Foro Social Mundial de enero de 2005 en Porto Alegre-, en las que el líder latinoamericano no levantara las banderas integracionistas de Bolívar y otros próceres de la independencia.
Poco antes de que se extendiera el certificado de defunción al proyecto ALCA, en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005, el presidente venezolano no dejó de condenar al neoliberalismo, pedir el “relanzamiento del movimiento de integración del sur y proponer cosas concretas como la constitución del Banco del Sur, Petrosur, Telesur y otras iniciativas que se han ido concretando en poco tiempo en la medida que una ola de gobiernos de izquierda ha emergido en la mayor parte de los países de América Latina.
Pero quizá la osadía más grande de Chávez es la de haber ideado, en una reunión de países del Caribe en la Isla Margarita, la necesidad de anteponer al ALCA con la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA). La concreción de esta propuesta –considerada loca por muchos- se dio en diciembre de 2004 en La Habana, donde Chávez y Fidel, en un acto político único en el que ambos dieron verdaderas clases de historia, compromiso y latinoamericanismo, firmaron el acta de constitución de ese modelo alternativo de integración que en menos de cinco años llegaría a tener 8 miembros y algunos observadores. Al dúo revolucionario se sumó luego Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia y América Latina. Demasiada dosis para el imperialismo.
El ALBA ha permitido que Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Paraguay (este último no es miembro) se conviertan en países libres de analfabetismo en América Latina, que millones de personas reciban atención médicas y otros millones recuperen su vista a través de la “Operación Milagro”, no solo de los estados miembros de ese modelo alternativo de integración, sino de otros países de América Latina. A eso hay que sumar el gran beneficio que Petrocaribe representa para los países de esa parte del continente.
Chávez se encuentra dando ahora la sexta batalla por la vida, desde junio de 2011, cuando fue intervenido exitosamente en La Habana para extirparle un tumor canceroso que acompañado de varias quimioterapias no le ha impedido seguir gobernando y profundizando la revolución bolivariana ni perdiendo la iniciativa política en el plano internacional, como ocurrió en Caracas en diciembre pasado con la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El presidente bolivariano se someterá esta semana a una nueva operación en La Habana. Un tumor de 2 cm. ha sido detectado en la misma zona de la que fue intervenido en junio pasado. Tan fuerte como siempre, Chávez le ha señalado a su pueblo, poco antes de partir el viernes pasado en medio de una despedida popular, que seguramente estará en Cuba varios días, aunque “no serán muchos”, por lo que seguirá coordinando con su gabinete todos los días, directamente o a través de lo que llamó su “grupo de comando”, integrado por sus más inmediatos y estrechos colaboradores.
Y el séptimo combate por la vida que Chávez está librando desde hace más de 20 años, lo está haciendo junto a su pueblo. Ni por encima ni separado de los hombres y mujeres que han apostado a conquistar su plena y definitiva independencia, así como de aportar a la causa emancipadora que hoy recorre con fuerza la América Latina toda.
Esta batalla, en la que el líder bolivariano deja de ser él como individuo para convertirse en parte de ese sujeto colectivo que enfrenta la enajenación del capital, ha ido recorriendo distintos niveles y asumiendo diferentes velocidades y momentos.
El otro momento de esa larga lucha por la vida se dará en octubre próximo, cuando se registren unas elecciones presidenciales en las que la oposición ha elegido como único candidato a Henrique Capriles, un político joven y gobernador de Miranda bastante vinculado a las fracciones más poderosas de la burguesía venezolana y a los círculos de confianza de la burguesía estadounidense.
De ahí que Chávez dijera, minutos antes de partir para La Habana: “Con cáncer o sin cáncer, con agua o sin agua, llueve, truene o relampaguee, nada ni nadie podrá evitar la nueva gran victoria del 7 de octubre, ahora más que nunca estamos obligados a vivir y obligados a triunfar y obligados a vencer para garantizar la paz a Venezuela”.
Es más, el líder bolivariano ha convocado, el viernes 17 de febrero a profundizar la revolución por la vía de enriquecer el programa de transformaciones, elevar el nivel de conciencia del pueblo, incrementar la capacidad de organización del PSUV y del “Polo Patriótico” y construir una articulación entre el liderazgo individual y colectivo.
“Ustedes saben lo que tienen que hacer y lo primero será garantizar que no se pierda la independencia”, sostuvo Chávez poco antes de ir a La Habana. El líder bolivariano sabe que la historia, siempre caprichosa, se ha puesto ahora de lado de los pueblos y junto a ellos quiere seguir librando esta inacabable batalla por la vida.