Editorial de La Jornada
Autoridades iraníes del ámbito militar dieron cuenta ayer, por medio de un comunicado, del lanzamiento de un misil tierra-aire diseñado y fabricado en ese país, y capaz de evadir los sistemas inteligentes que tratan de interrumpir la trayectoria de los proyectiles. Pocas horas después, el gobierno de Teherán informó que sus científicos habían producido, por primera vez, una barra de combustible nuclear, que será destinada a la producción de uranio enriquecido con fines médicos.
Ambos anuncios se producen en el contexto de un recrudecimiento en las tensiones entre Irán y Estados Unidos, país, este último, que ha elevado el tono de su discurso y ha endurecido las sanciones económicas en contra de Teherán. En las últimas horas de 2011, el presidente estadunidense Barack Obama firmó una ley de defensa que, entre otras medidas, incluye sanciones contra toda persona o empresa que realice negocios con el Banco Central Iraní.
En días previos, la probable entrada en vigor de estas sanciones provocó que Teherán amagara con cerrar el estratégico estrecho de Ormuz, por donde pasa cerca de 40 por ciento del petróleo que se comercia a escala mundial y en donde las fuerzas navales iraníes realizan maniobras desde el pasado 24 de diciembre, incluyendo el lanzamiento del misil referido.
Sin dejar de señalar que las amenazas y los ensayos bélicos iraníes constituyen un factor indeseable de inestabilidad en el terreno económico y en la política internacional, no resulta menos reprobable la actitud hostil con que Washington se ha conducido hacia esa nación medioriental.
Hasta ahora, con todo y el avance mostrado en meses recientes por Irán, ese país no ha dado indicios de poseer capacidad suficiente para el desarrollo de armas de destrucción masiva, actividad que requiere de uranio enriquecido al 90 por ciento. Por añadidura, el sábado pasado Teherán manifestó su voluntad deregresar a las conversaciones sobre su programa nuclear con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, diálogo que permanecía en punto muerto desde la pasada reunión en Estambul, el año pasado.
Así pues, aun si fuera verdad que la política nuclear de la república islámica representa una amenaza para la seguridad mundial, Estados Unidos y sus aliados tendrían a su disposición tiempo suficiente para conjurarla, y para ello podrían echar mano de cauces de negociación mucho más eficaces y menos contraproducentes que sanciones económicas como las referidas.
Cabe insistir en que el unilateralismo, la arbitrariedad y el carácter depredador de la política exterior de Washington –un gobierno que se ha concedido la autorización para invadir naciones soberanas sin que exista una agresión previa– representan, en la hora presente, el mayor incentivo para que Irán se sume, si es que no lo ha hecho, a la carrera armamentista en la que se han involucrado diversas potencias medias y regionales.
Washington, por su parte, carece de autoridad moral para condenar el programa nuclear iraní, toda vez que ese mismo gobierno decidió ver hacia otro lado cuando India y Pakistán construyeron sus respectivos arsenales atómicos, y ha permitido que Israel –su aliado fundamental en Oriente Medio– se mantenga al margen del Tratado de no Proliferación Nuclear y de las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica, pese a que los datos disponibles informan que ese país posee desde hace décadas el único arsenal atómico de la región.
Semejantes consideraciones obligan a poner en duda que el interés de Washington respecto de Irán sea, en efecto, evitar la perspectiva de un nuevo arsenal de bombas atómicas. Todo parece indicar, en cambio, que las recientes sanciones y la renovada hostilidad de la Casa Blanca contra Teherán están orientadas a alterar, en perjuicio de este gobierno y en beneficio del de Tel Aviv, el viejo equilibrio de fuerzas en esa parte del mundo.
Tal actitud ha generado en horas recientes un clima de tensión preocupante en la región. Dada la inocultable responsabilidad que tiene Washington en la configuración de este escenario, lo menos que puede esperarse es que actúe con prudencia y sensatez diplomática, pues de lo contrario podría involucrar al mundo en un nuevo escenario de pesadilla.
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